Nuestra organización, LCT, está formada por miembros que en su
mayoría vienen del morenismo (viejo MAS, MST). Sin embargo nuestro grupo
no se reivindica de esa corriente, habiendo roto
teórico-programáticamente aquellos miembros que pertenecieron a la
misma.
Pero en aras de romper con un método sano, marxista, esa ruptura no busca despotricar contra el morenismo, viendo solamente sus aspectos negativos y magnificándolos. Sino que, por el contrario, buscamos dar una respuesta al legado de Nahuel Moreno, y así profundizar el debate sobre el mismo y sacar conclusiones que permitan superar teórica y políticamente a esa corriente.
Por ello compartimos este texto, escrito a fines del año pasado (y que aparecerá en nuestro próximo número de "Aportes teórico-programáticos de la LCT") con la intención de dar esa respuesta o que, por lo menos, se acerque a la misma.
Cinco cuestiones sobre Nahuel Moreno y el morenismo
Introducción:
Este año se cumplieron 30 años del fallecimiento de Nahuel Moreno,
importante dirigente de la IV Internacional y del trotskismo
latinoamericano y mundial de la Segunda post-Guerra. Prueba de su
importancia es que, a tres décadas de su muerte, y a pesar del estallido
de su corriente en los años 90, sigue siendo el morenismo (o sea, las
variadas tendencias: LIT-CI, UIT-CI, SECA o la Corriente del MST- que se
referencian con Moreno), las más importantes de Latinoamérica. E,
incluso, le siguen en tamaño e importancia las corrientes que provienen
del morenismo como la Fracción Trotskista Estrategia Internacional del
PTS, Socialismo o Barbarie del Nuevo MAS o la FLTI orientado por la
LOI-DO, y otros grupos. Muy detrás vienen los otros exponentes
latinoamericanos, como el lorismo o el altamirismo, y las corrientes
surgidas en Europa o Estados Unidos.
Sin embargo, a 30 años del
fallecimiento de Moreno, todos sus seguidores hablan del legado de éste,
pero nadie de la (o las) corriente(s) morenista(s) ha logrado precisar
claramente en qué consiste dicho legado.
Este ensayo, en cinco
ejes, analiza las fortalezas del trotskismo de Moreno y sus debilidades
-y más aún; las debilidades del morenismo en todas sus variantes-,
apuntando a su superación dialéctica.
1) Nuestro grupo, la Liga
Comunista de los Trabajadores, proviene de la corriente morenista, y nos
reivindicamos comunistas, socialistas revolucionarios, marxistas
principistas, leninistas-trotskistas o sencillamente trotskistas, pero
no morenistas. Lo bueno de Nahuel Moreno es que se plantó contra Michel
Pablo, dirigente de la IV Internacional (y Posadas en Latinoamérica) que
le capitulaba al stalinismo y al nacionalismo burgués en el mundo
colonial y semi-colonial; y que batalló contra Ernest Mandel, en el SU,
después, que le capitulaba a la ultraizquierda en los años´60 y´70, y a
todas las direcciones pequeño-burguesas que dirigían procesos
revolucionarios -también, dentro del SU, contra la adaptación al
stalinismo tercermundista del SWP norteamericano realizada por
Hansen/Barnes-, y, por último, a finales de los años´70 y principios de
los´80, contra Pierre Lambert y su adaptación a la socialdemocracia.
Críticas y batallas políticas -no sin errores y rectificaciones- que
compartimos en sus grandes e importantes trazos. Pero la fortaleza de
esas batallas políticas está en que Moreno las dió desde el legado
teórico-programático de Lenin y Trotsky, y no en que haya aportado algo
nuevo o superior a lo que ya dijeron estos maestros. Por eso, porque no
ha realizado un aporte cualitativo, no es correcto considerarse
morenista (aunque haya sido una de las corrientes trotskistas más
principistas de la Segunda post-Guerra). También reivindicamos el
carácter obrero e internacionalista del trotskismo que impulsó Moreno, o
sea, el objetivo estratégico de construirnos en la clase obrera y en
sus luchas, y la construcción del partido en el marco de la
Internacional, cuestiones centrales ya planteadas por Trotsky. Esa
diferenciación de ismos, de diferentes corrientes trotskistas, sin que
se encuentren aportes cualitativos, no hace más que abrir más la brecha
entre los marxistas principistas o trotskistas-leninistas; y desde ya no
es esa nuestra intención, porque ya hay diferencias reales con muchos,
sobre muchos temas, como para agregar una más, que en nada ayuda a la
construcción nacional e internacional del partido de la revolución
proletaria y socialista.
2) Pero hay algo más en relación a
Moreno. No compartimos la revisión de la Teoría de la Revolución
Permanente de principios de los ´80. Ciertamente que hubo, y que puede
haber, revoluciones que destruyen o desarticulan el aparato represivo
del Estado burgués, que no tienen a la clase obrera al frente, y que
pueden producir cambios importantes o radicales en el régimen de
dominación burguesa. Revoluciones que cuando se produjeron ya no eran
las viejas revoluciones burguesas anti-feudales, porque éstos ya eran
países capitalistas; tal es el caso de Portugal en 1974, Nicaragua en
1979, Irán en 1979 o Haití en 1986. Pero estos procesos en nada cambian
la teoría programa de la revolución permanente de Trotsky, ella sigue
siendo correcta y no ha surgido ningún fenómeno nuevo, ni puede surgir,
que haga que haya que luchar primero por una revolución democrática para
después luchar por una revolución proletaria y socialista.
A
modo de ejemplo. En un país donde hay una dictadura tienen, lógicamente,
más peso las consignas democráticas, pero, al decir de Trotsky, hay que
plantearlas sin que ellas se transformen en un dogal -el nudo de la
horca- al cuello de la revolución proletaria. Por ejemplo, la Asamblea
Constituyente; esa consigna burguesa, que es la consigna democrática más
importante, sólo tiene sentido en países que todavía no están formados
como Estado (y actualmente son muy pocas las situaciones), o en procesos
de ascensos revolucionarios dónde la burguesía intente meter el ascenso
de masas por las urnas, eligiendo gobierno "democráticamente", para
poder así desviarlo. Entonces el planteo de Asamblea Constituyente
apunta a no elegir cargos sino a discutir todo. Y ese planteo debe ir de
la mano de seguir desarrollando los organismos de clase y de poder -y
el armamento del proletariado- para imponerla (o para tomar el poder
directamente si la situación lo permite). Propagandizando, durante ese
período de agitación de la Asamblea Constituyente, los temas
estructurales más importantes para el país (ruptura con los pactos que
nos atan al imperialismo -si es semi-colonial-, la expropiación de la
tierra; el problema de las nacionalidades oprimidas si lo hubiera, la
expropiación de los sectores estratégicos de la industria, la reducción
de la jornada laboral, etc., etc.). Y, si no dan las relaciones de
fuerza para imponerla, el partido tiene que retroceder, pero estará en
mejores condiciones para encarar una campaña electoral porque ya habrá
propagandizado sus objetivos y consignas políticas. Otra cosa totalmente
distinta es hacer lo que los oportunistas adaptados al régimen hacen,
frente a todo ascenso de masas, cuando plantean la Asamblea
Constituyente para llevar a las urnas dicho ascenso, como realizó el PO,
el PTS, y también grupos como Convergencia Socialista o la
LOI-Democracia Obrera, este último no en todo el proceso, pero sí a
finales del 2001 (y el N.MAS también la ha planteado de esa forma en
diferentes procesos latinoamericanos). No levantan la Asamblea
Constituyente para enfrentar al régimen, sino para encontrar una salida
política dentro del régimen democrático burgués. Estos son algunos de
los elementos a extraer de las lecciones del 2001/03 en Argentina.
Por otra parte, por la ubicación histórica y geográfica en la que
militó Moreno, en Argentina y en Latinoamérica, en la Segunda
post-Guerra, donde los períodos democráticos eran rara avis, él y su
corriente no desarrollaron anti-cuerpos teóricos, y político-prácticos,
para enfrentar, o abordar sin capitular, a la democracia burguesa. De
allí que el MAS argentino, armado con las concepciones que dejó Moreno
en ese plano se desvió en una terrible adaptación al régimen democrático
burgués, vía el electoralismo, a mediados y finales de los ´80, incluso
mucho antes de la reunificación alemana y el descalabro de la URSS.
Situación que no es privativa de los morenistas, porque la adaptación al
régimen -que da como resultado políticas y campañas electorales cuasi
socialdemócratas, donde los problemas más acuciantes se pueden resolver
en el marco del sistema capitalista-, se sigue viendo en los partidos
que componen los frentes electorales permanentes, como el Frente de
Izquierda y de los Trabajadores del PO-PTS-IS e Izquierda al Frente por
el Socialismo del MST-N.MAS. Frentes electorales en los que la mayoría
de estos partidos, y la mayoría de sus miembros, no son morenistas.
3) Los procesos que llevaron a la restauración capitalista en Europa
del Este y la URSS no se los puede considerar revolucionarios por el
sólo hecho del ingreso, y sólo en algunos pocos de esos Estados Obreros
Burocratizados, de las masas en escena. Más bien fueron los últimos
coletazos de la contrarrevolución stalinista. Porque dicho ascenso de
masas se dió -a raíz de la crisis mundial, y cuando la burocracia pasa a
planificar conscientemente la restauración capitalista (Perestroika)-,
en un marco mundial cuando se había agotado, y derrotado, el ascenso
revolucionario en el mundo semi-colonial de los 70 y principios de los
80 (Camboya y Laos en el sudeste asiático, Nicaragua y El Salvador en
Centroamérica), la propia derrota del proceso abierto en Polonia en
1980/81, y a mediados de la misma década la derrota de los mineros
ingleses y la derrota de los aero-navegantes en Norteamérica. Eso es lo
que explica que no haya surgido una vanguardia trotskistizante -como
decía y creía Moreno que iba a ocurrir- en esos procesos con la cual
empalmar para construir el partido revolucionario, corrientes de
izquierda que sí habían surgido en procesos anteriores cuando la
realidad e intensidad de la lucha de clases mundial era otra.
Esa
es una diferencia importante que tenemos con todo el morenismo y las
corrientes surgidas de allí, como la FT del PTS y sus rupturas, o
Socialismo o Barbarie del Nuevo MAS -que modificó el carácter de clase
de la URSS y otros Estados congéneres, en 1994, para continuar
justificando la política que tuvo cinco años antes-, corrientes que
también consideraron revolucionarios esos procesos de 1989/92. Y de
hecho con casi todo el trotskismo mundial -incluido Guillermo Lora,
Jorge Altamira, Ted Grand, el Worker`s Power y sus rupturas, o el
lambertismo, etc., incluso Tony Cliff que en su anti-defensismo
orientaba en el mismo sentido- que con mayor o menor intensidad,
prefiguraron que la revolución política se podía llevar adelante en dos
tiempos; en el primero, todo contra la burocracia stalinista; y en el
segundo, el partido trotskista/bolchevique -que no existe en el primer
acto- tomaría el poder. Esto era pensado así (salvo por Mandel o Gerry
Healy que oficiaban de consejeros de Gorbachov/Yeltsin el primero, y de
Gorbachov en segundo, o la corriente espartaquista que directamente
apoyaba al ala dura de la burocracia stalinista, igualmente
restauracionista), en particular, la corriente morenista de finales de
los ´80, que creyó que el voluntarismo y la exageración reemplazaban el
análisis serio de la lucha de clases, tomando a ésta y al mundo como una
totalidad en dinámica.
De allí que la revolución democrática y
el análisis objetivista mecanicista de la realidad (nacional y mundial) y
la muerte de Moreno, se combinaron abruptamente, y a finales de los ’80
y principios de los `90, llevando al estallido de la corriente
morenista. Estallido que todavía continúa. Obviamente, Moreno no tiene
la culpa sobre cómo sus seguidores respondieron a estos procesos, dos o
tres años tras su fallecimiento, pero sí tiene responsabilidad política
por cómo, bajo qué preceptos y concepciones de sus últimos años, dejó
armada a la corriente.
4) Reivindicamos los sanos métodos de
Moreno para la construcción del partido revolucionario, donde no se
expulsaba por diferencias políticas y se defendía la moral proletaria y
partidaria. Pero, como se ha visto en las innumerables rupturas de la
corriente morenista, eso no alcanza. Sin embargo, en un artículo
titulado Cuatro consejos de Lenin, de 1986, criticando al PC por la
falta de libertad de crítica interna, Moreno recopila citas de Lenin, y
allí se infiere que la crítica que realiza no sólo es para el
centralismo burocrático, sino que puede ser extensible a todo partido
centralista democrático, o sea, a los partidos revolucionarios
-leninistas-trotskistas- que se construyeron bajo la presión del
stalinismo en la Segunda post-Guerra.
Plantea Lenin: “El
anatemizar o expulsar del partido no sólo a los antiguos economicistas,
sino también a los grupitos de socialdemócratas que padecen de una
‘cierta inconsecuencia’, sería de todo punto absurdo… pero nosotros
vamos todavía más allá: cuando tengamos un programa y una organización
de partido, no sólo deberemos abrir las páginas del órgano del partido a
un intercambio de opiniones, sino exponer sistemáticamente nuestras
discrepancias, por poco importantes que ellas sean, a aquellos grupos o
grupitos, como el autor los llama, que defienden hasta caer en la
inconsecuencia ciertos dogmas del revisionismo y que, por unas y otras
causas, insistan en su particularismo e individualidad de grupos.
“Precisamente para no caer en las actitudes tajantes… con respecto al
‘individualismo anarquista’, hay que hacer, a nuestro juicio, todo lo
posible -hasta llegar incluso a ciertas concesiones que nos aparten del
hermoso dogma del centralismo democrático y del sometimiento
incondicional a la disciplina- para dejar a estos grupitos en libertad
de expresarse, para dar a todo el partido la posibilidad de medir la
profundidad o la poca importancia de las discrepancias, para poder
determinar, concretamente, dónde y en qué aspectos definidos se
manifiesta la inconsecuencia” (V.I. Lenin: Obras Completas, ob. cit.,
tomo VII. pp. 110 - 111). Y trece años más tarde, en 1916, en su
artículo “Tareas de los Zimmerwaldistas de izquierda en el Partido
Socialdemócrata Suizo”, Lenin aconsejaba: “Es justamente para que la
lucha inevitable y necesaria de tendencias no degenere en rivalidad de
‘favoritos’, en conflictos personales, en mutuas sospechas y pequeños
escándalos que todos los miembros del Partido Socialdemócrata están
obligados a promover una lucha abierta sobre el terreno de los
principios de las diversas tendencias de la política socialdemócrata”.
(V.I. Lenin: Obras Completas, ob. cit., tomo XXIII, p. 145.)
Pero
Moreno, y el morenismo, armado de una caracterización equivocada de la
realidad mundial, y con el afán de aprovechar las grandes oportunidades
que brindaba la lucha, no abordó la cuestión del partido de combate,
centralista democrático, genuinamente leninista. Se entrevió el
problema, pero no se avanzó sobre él. No estamos hablando de hacer de la
necesidad virtud, porque, para nuestros objetivos, por el tipo de
enemigo que enfrentamos, cuanto más cohesionado esté el partido mucho
mejor. Pero sí, hablamos de no ver la necesidad de crear los mecanismos
constitutivos -formativos y orgánicos- del partido para las fracciones
públicas, y no meros acuerdos ad hoc para salir del paso, como son las
experiencias separadas que algunos practicaron, pero que, en realidad,
más que experiencias separadas fueron rupturas ordenadas.
La
corriente morenista pagó por eso, de hecho, todo el trotskismo de la
Segunda post-Guerra -desde los más revisionistas hasta los que, desde la
‘izquierda’, hacen cretinismo anti-morenista, haciendo lo mismo o
peores cosas aún-, y casi tres décadas después del derrumbe stalinista,
lo siguen pagando con escisiones absurdas por injustificadas,
exclusiones y/o expulsiones burocráticas. Para poner los ejemplos muy
cercanos; la media docena de rupturas del altamirista PO, y otras tantas
del albamontista PTS, del MST y de IS, del PSTU argentino y
Convergencia Socialista, o la partición en casi dos mitades del PSTU de
Brasil; y estos ejemplos son sólo por hablar de la última década. La
realidad hartamente lo atestigua; el tipo de régimen partidario que se
construye no canaliza las diferencias, y no sirve para las duras y
francas discusiones (lucha de tendencias/lucha de fracciones) de las que
habla Lenin.
5) Y, más en lo práctico y general, compartimos con
Moreno el rechazo a los sectarios que se niegan a intervenir en los
procesos progresivos, porque dichos procesos no son químicamente puros
como quisieran. Y también rechazamos a los oportunistas que confunden
dichos procesos con sus direcciones, capitulándoles a estos últimos de
diferentes formas -o a los prejuicios democráticos y a las presiones
sociales de las clases medias o pequeña burguesía-, y en función de eso
revisan la teoría. También, aunque no todas las conclusiones o
concepciones consideramos correctas, reivindicamos el permanente rearme
teórico-programático que realizaba (reconociendo los errores, y eso es
muy importante) en las escuelas de cuadros; no tomando la teoría como un
dogma sino como una guía para la acción. Y muy lejos de avergonzarnos
de provenir de la corriente morenista (algo que ningún trotskista debe
hacer, provenga de dónde provenga), nos parece de fundamental
importancia tener una base sólida desde dónde realizar críticas, y
extraer lecciones de forma dialéctica, negando y conservando, para
llevar adelante el rearme teórico-programático, porque, al decir de
Hegel; todo avance parte de la negación. Rearme teórico más que
necesario para un corpus teórico-programático como el del morenismo,
ajustado a la situación de la Segunda post-Guerra, que tras la
restauración capitalista en la URSS y Europa del Este poco tiene que ver
con nuestra realidad mundial. En este marco no está de más recordar la
vieja sentencia de Lenin: sin teoría revolucionaria no hay política
revolucionaria.