La muerte de
Fidel Castro no sólo es la muerte del último mito político viviente de la
Segunda post-Guerra, y ya a más de 20 años de la etapa post-URSS, es también la
muerte de una singularidad política que no se va a volver a repetir.
Es que Fidel
Castro, siendo abogado y militante de un partido burgués como era el Partido
Ortodoxo –el Che Guevara
comparaba a ese partido con el Partido Radical argentino–, emprende una lucha contra la
dictadura de Fulgencio Batista, dictador y títere norteamericano, que lo lleva
a ir más allá de lo que originariamente pensó. Incluso, ya habiendo derrocado a
Batista, Castro va a los EE.UU. y el presidente Eisenhower se niega a recibirlo
mientras al mismo tiempo continuaban las presiones, ataques y conspiraciones
norteamericanas sobre la isla.
Y aquí comienza
el gran mérito de Castro que lo hace irrepetible: siendo un político burgués,
va más allá y expropia a la burguesía y al imperialismo. Esto es; entre la
presión de las masas revolucionarias y el imperialismo elige a las masas.
Se podrá decir
que eso pudo ser posible porque existía la URSS que le dió la colaboración
económica que tanto necesitó Cuba de entrada, o que a finales de los años '40 y
principios de los '50 hubieron procesos en varios países donde se expropió a la
burguesía y al imperialismo. Todo eso es cierto, pero no le quita el mérito por
dos motivos; primero, por tratarse de una dirección política burguesa
anti-imperialista, con composición social pequeño-burguesa, termina con la
burguesía y con los intereses de la burguesía más poderosa del mundo. Eso
era, y siguió siendo, algo nunca visto. Y segundo porque no se realizaba este
proceso revolucionario en un remoto lugar de Asia, sino a pocas millas del país
imperialista que a menos de 15 años había triunfado en la II Guerra Mundial,
derrotando a otros imperialismos.
Fue esa gesta
histórica que le dió a Fidel Castro un halo mítico que conservó durante muchas
décadas. Incluso cuando ya en los años '70 dejó de impulsar movimientos
revolucionarios y progresivamente se fue haciendo más conservador, proceso que
comienza años atrás con la fusión del Movimiento 26 de julio con el stalinista
Partido Socialista Popular que había estado en contra de la revolución pero ni
bien ésta triunfó se fue reacomodando. Y por intermedio de esta fracción del
ahora PC cubano se fueron imponiendo las posiciones de la burocracia rusa,
tanto en la isla como en el plano internacional. Este acercamiento político a
Moscú llevó al distanciamiento progresivo con el Che Guevara que cuestiona la
política del stalinismo en el famoso discurso de Argel. Para posteriormente
irse de Cuba a expandir la revolución intentando recrear las condiciones de la
revolución cubana.
Durante toda la
década del '70 la intervención cubana en África (Angola, Mozambique, etc.,
etc.) fue en apoyo de los movimientos de liberación pero no para que el proceso
avance hacia la expropiación de las frágiles burguesías nativas (mucho más
débiles de lo que era la cubana), sino para apuntalarlas desarrollando partidos
poli-clasistas, como Frentes Populares, con el único objetivo del desarrollo de
la burguesía nacional.
En Cuba, a pesar
del manejo burocrático de la economía –que partía de aceptar el monocultivo
impuesto por la URSS imposibilitándole así cualquier desarrollo industrial– y
de los privilegios de esa casta parasitaria que controlaba el Estado y el plan,
Cuba llegó a ser el país de toda Latinoamérica con mejores indicadores en salud
y educación, y con trabajo para todos. Esas conquistas sociales se lograron con
la expropiación de la burguesía y con la planificación económica, y son las
grandes conquistas de la revolución.
Pero al igual
que en África, y como contracara de lo que ocurría en Cuba, en Centroamérica
frenó la revolución a finales de los '70 y principios de los '80, cuando Fidel
Castro le aconsejaba a los sandinistas que no hagan de Nicaragua una nueva
Cuba, o sea, que no expropien a la burguesía, y le exigía al Frente de
Liberación Farabundo Martí de El Salvador, que ni haga lo que se hizo en
Nicaragua. Y Fidel Castro coronaba todo eso, a fines de los 80, con el apoyo a
nefastos presidentes como el venezolano Andrés Pérez, que a los pocos meses de
su asunción reprimió ferozmente la rebelión popular llamada “El Caracazo”; y a
diferentes presidentes del PRI mexicano.
Desaparecida la
URSS en 1991, Cuba quedó más aislada pagando tributo así a la política
contrarrevolucionaria que venía llevando adelante, pero que no cambió, sino más
bien profundizó, con la orientación restauracionista de “el periodo especial”.
De allí que cuando en México, en 1992, se produjo el alzamiento zapatista, el
castrismo se negó a solidarizarse con él. Y en las dos décadas y media
siguientes, todo el empeño de la burocracia cubana estuvo en transformase en
una nueva burguesía con un plan impuesto desde el Estado. Una especie de
“Socialismo de mercado” como dice el discurso de la burocracia china, pero que
en Cuba no tiene tal mercado y donde ni de socialismo se habla. Toda esta
política restauradora del capitalismo, la burocracia castrista lo justifica
diciendo que es para que no vuelvan los gusanos a la isla. Pero para eso debe
desarrollarse como burguesía, y como le es muy dificultoso desarrollarse, por
su carácter semi-colonial, su gran atraso tecnológico y la propia crisis del
capitalismo mundial, se transformará, terminada la restauración, en una
burguesía tan explotadora como la que vive en Miami. Es que el capital, y su
necesidad intrincada de reproducirse, no tienen ideologías.
La muerte de
Fidel Castro parece cerrar un capítulo de la Historia mundial, muy ligado al
período de la Guerra Fría, y de la misma historia de la Cuba actual, pero eso
es más simbólico que real. Primero, porque el Fidel Castro revolucionario hacía
muchas décadas que había muerto, y después porque la transición o el recambio
gubernamental en Cuba está ya programado y en marcha desde antes del 2006. La
asunción de Raúl Castro diez años antes del deceso de Fidel creó una especie de
bisagra que hace que tanto el régimen con la restauración capitalista marche
sin demasiados sobresaltos internos.
Las masas
latinoamericanas y sobre todo las cubanas –y los partidos de la izquierda que
luchan por la revolución socialista– deben seguir teniendo respeto y admiración
al Fidel que derrocó a Batista y cuyo movimiento expropió a la burguesía y al
imperialismo. Y al mismo tiempo debe dejar de rendirle culto a quien
posteriormente entregaba las revoluciones de otros países para construir el
socialismo en un solo país, o sea, en la isla, y que frente al fracaso total de
esta concepción stalinista pasó a impulsar la restauración capitalista. Ese
Fidel es un enemigo de la clase obrera, porque lo es de la revolución y el
Socialismo.
Y es
precisamente la clase obrera cubana –y mundial– la única que puede salvar a la
revolución, o sea, a sus conquistas sociales. Luchando por la legalización de
los partidos obreros, por la independencia de los sindicatos del Estado, por el
desarrollos de organismos de clase para ejercer la democracia obrera y expulsar
a la burocracia restauracionista del poder.
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