A 99 años de la más grande Revolución del siglo XX
Estamos a un año del centenario de la Revolución
Rusa, o Revolución de Octubre como también se la conoce, porque se realizó en
octubre de 1917 del viejo calendario ruso (7 de noviembre, del nuevo calendario
que los bolcheviques instauraron). La revolución rusa se realizó bajo tres
consignas centrales: Paz, Pan y Tierra. Paz para terminar con la guerra
en la que el zarismo había metido a Rusia, Pan por la misma hambruna que
había generado la guerra y Tierra para terminar con la nobleza que la
poseía y para poder repartirla entre los campesinos pobres. Y como la
revolución de Febrero y el gobierno provisional que de allí surgió, no
resolvieron ninguno de estos problemas, las masas, influenciadas por las consignas
bolcheviques, avanzaron hacia ver en el poder de los Soviets, y sus consignas
la solución a sus necesidades inmediatas.
Sin embargo, la Revolución Rusa no fue un hecho de
un día, ni siquiera de unos pocos meses. Como desarrollo histórico objetivo se trató
de tres revoluciones juntas; de la revolución de 1905, de la revolución de
febrero de 1917 y la misma revolución rusa de octubre. Pero al mismo tiempo, la
revolución de octubre no hubiera triunfado sin el elemento decisivo que fué el
partido socialista, obrero y revolucionario fundado por Lenin.
Y ese partido, conocido como bolchevique –que
significa mayoría, porque era una fracción mayoritaria del Partido
Obrero Social Demócrata Ruso (POSDR)– surgió en 1903 como una fracción del
POSDR pero que pasó a ser independiente en 1912. Era un partido obrero
socialista de combate y así fue pensado por Lenin para actuar frente a
la aguda represión de la dictadura zarista.
Este partido, cuyos principales dirigentes,
fundamentalmente Vladimir Lenin, fueron acumulando experiencia junto a las
masas en las dos revoluciones previas y sacando conclusiones que posibilitaron
el triunfo de la revolución de Octubre.
Esa es la gran diferencia entre la revolución
burguesa, y por ende capitalista, con la revolución proletaria y socialista. En
la primera son los factores objetivos los que tienen la primacía en el proceso
revolucionario, y en la segunda son los factores subjetivos, o sea, su
planificación consciente.
Y la revolución rusa combinó elementos de
revolución burguesa con elementos de revolución socialista. De allí lo acertado
de la teoría de la revolución permanente de Trotsky, formulada por primera vez
en 1906, que planteaba que las tareas democráticas del programa burgués que la
burguesía se negaba a llevar adelante, porque le tenía más miedo a que la clase
obrera se pusiera en movimiento que al zarismo. De esa forma Trotsky se da
cuenta de que las tareas democráticas de la revolución burguesa sólo podían ser
llevadas a fondo con la clase obrera en el poder, aunque para eso le faltaba el
partido obrero revolucionario. Pero, después de la Revolución de Febrero de
1917, cuando Lenin vuelve del exilio pone en discusión un texto, conocido como
las Tesis de Abril, y corrige el rumbo anterior –que venía de plantear la lucha
por una dictadura democrática obrera y campesina, en el marco del capitalismo–,
planteando ahora que el partido debía luchar por la toma del poder e instaurar
el régimen de los consejos obreros (soviets).
Así en el mismo proceso revolucionario se fusionaron
tanto la teoría de partido de combate de Lenin como la teoría de la revolución
permanente de Trotsky. Pero, acertadamente, Trotsky siempre insistió en que sin
el Partido Bolchevique y sin Lenin al frente de él, la revolución rusa no se
hubiera producido, primero porque la existencia del partido, aunque con una
teoría equivocada, era lo que permitía corregir o ajustar cualquier problema
teórico programático, y para realizar esa tarea, frente a las alas
conservadoras, nada mejor que su fundador y máximo dirigente al frente.
En el siglo XX hubo muchas revoluciones, pero
ninguna como la Revolución Rusa de Octubre, y no nos referimos a que sea igual,
porque no hay nunca revoluciones iguales, sino que nos referimos a que todas
las otras revoluciones fueron de diferente género. Algunas, directamente
democráticas burguesas, por no tener ni a la clase ni a un partido obrero
revolucionario al frente, como Argelia de 1962, Portugal de 1975, Nicaragua de
1979, etc., etc., no avanzaron en expropiar a la burguesía y al imperialismo. Y
otras revoluciones fueron democráticas-sociales, como en Yugoslavia, China,
Cuba o Vietnam, que –para resolver las cuestiones democráticas estructurales
como la independencia del imperialismo y el reparto de la tierra–, avanzaron en
expropiar a la burguesía y al imperialismo, pero al tener direcciones
pequeño-burguesas y/o burocráticas como son los partidos-ejércitos, no
impusieron un régimen soviético, de democracia obrera, y prontamente se
burocratizaron. Y paralelamente a este proceso de burocratización fueron
centrándose en construir el socialismo en un sólo país o en su país, dejando
así de impulsar los procesos revolucionarios en el plano
internacional.
Todavía en el mundo se siguen discutiendo los
alcances estratégicos de la Revolución de Octubre. Por ejemplo, la izquierda
estalinista o influenciada por variantes estalinistas, como los castristas (y
también algunos guevaristas), los maoístas o ex-maoístas y tantos otros
izquierdistas, dicen que los trotskistas nos equivocamos porque nos atamos a
una estrategia hija de la Comuna de Paris, como fue la revolución de Octubre,
cuando los sujetos sociales pueden ser muchos, como la historia ya demostró en
muchas revoluciones del siglo pasado. Y ridículamente hasta hacen la cuenta
matemática de una revolución, como la de Octubre, frente a cinco
o seis de otros tipos de revoluciones que expropiaron sin la clase
obrera al frente y sin el partido de tipo bolchevique.
Sin embargo, para los trotskistas no es una
cuestión de números, aunque de las otras hubieran sido diez o quince. Porque
tanto el partido leninista, centralista democrático y de combate, como el
proletariado (y en su centralidad la clase obrera) y los organismos de
democracia proletaria, siguen siendo muy actuales e imprescindibles para la
lucha por el socialismo. Porque incluso, en el hipotético y remoto caso de que
una dirección pequeño-burguesa, un partido-ejército, tomara el poder, al no
estar educado ese partido en la democracia proletaria no desarrollaría los
órganos de la democracia soviética y mucho más rápidamente se burocratizaría
reproduciendo lo que ya vimos en todos las revoluciones en las que se consolida
una burocracia, que pasado el primer influjo revolucionario empiezan a meterse
hacia adentro, traicionando las luchas de la clase obrera y los pueblos a nivel
mundial, para construir el “socialismo” en un sólo país, o en su país o el
nombre que le pongan a esa coartada.
Por esto la Revolución Rusa es más que un hecho del
pasado que sólo hay que recordar, y del que todavía nos llegan sus lejanos
ecos. Más bien, para los que luchamos por el socialismo, para terminar
con la explotación, la opresión y la creciente miseria provocada por el
capitalismo imperialista, se trata también de una imagen permanente de tareas y
procesos del futuro. Es una revolución de la que tenemos mucho que estudiar,
que aprender; y lecciones y tareas que extraer y deducir para la revolución
socialista de nuestros nuevos tiempos.
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