martes, 20 de diciembre de 2016

Revolución Rusa

A 99 años de la más grande Revolución del siglo XX

Estamos a un año del centenario de la Revolución Rusa, o Revolución de Octubre como también se la conoce, porque se realizó en octubre de 1917 del viejo calendario ruso (7 de noviembre, del nuevo calendario que los bolcheviques instauraron). La revolución rusa se realizó bajo tres consignas centrales: Paz, Pan y Tierra. Paz para terminar con la guerra en la que el zarismo había metido a Rusia, Pan por la misma hambruna que había generado la guerra y Tierra para terminar con la nobleza que la poseía y para poder repartirla entre los campesinos pobres. Y como la revolución de Febrero y el gobierno provisional que de allí surgió, no resolvieron ninguno de estos problemas, las masas, influenciadas por las consignas bolcheviques, avanzaron hacia ver en el poder de los Soviets, y sus consignas la solución a sus necesidades inmediatas.
Sin embargo, la Revolución Rusa no fue un hecho de un día, ni siquiera de unos pocos meses. Como desarrollo histórico objetivo se trató de tres revoluciones juntas; de la revolución de 1905, de la revolución de febrero de 1917 y la misma revolución rusa de octubre. Pero al mismo tiempo, la revolución de octubre no hubiera triunfado sin el elemento decisivo que fué el partido socialista, obrero y revolucionario fundado por Lenin.
Y ese partido, conocido como bolchevique –que significa mayoría, porque era una fracción mayoritaria del Partido Obrero Social Demócrata Ruso (POSDR)– surgió en 1903 como una fracción del POSDR pero que pasó a ser independiente en 1912. Era un partido obrero socialista de combate y así fue pensado por Lenin para actuar frente a la aguda represión de la dictadura zarista.
Este partido, cuyos principales dirigentes, fundamentalmente Vladimir Lenin, fueron acumulando experiencia junto a las masas en las dos revoluciones previas y sacando conclusiones que posibilitaron el triunfo de la revolución de Octubre.
Esa es la gran diferencia entre la revolución burguesa, y por ende capitalista, con la revolución proletaria y socialista. En la primera son los factores objetivos los que tienen la primacía en el proceso revolucionario, y en la segunda son los factores subjetivos, o sea, su planificación consciente.
Y la revolución rusa combinó elementos de revolución burguesa con elementos de revolución socialista. De allí lo acertado de la teoría de la revolución permanente de Trotsky, formulada por primera vez en 1906, que planteaba que las tareas democráticas del programa burgués que la burguesía se negaba a llevar adelante, porque le tenía más miedo a que la clase obrera se pusiera en movimiento que al zarismo. De esa forma Trotsky se da cuenta de que las tareas democráticas de la revolución burguesa sólo podían ser llevadas a fondo con la clase obrera en el poder, aunque para eso le faltaba el partido obrero revolucionario. Pero, después de la Revolución de Febrero de 1917, cuando Lenin vuelve del exilio pone en discusión un texto, conocido como las Tesis de Abril, y corrige el rumbo anterior –que venía de plantear la lucha por una dictadura democrática obrera y campesina, en el marco del capitalismo–, planteando ahora que el partido debía luchar por la toma del poder e instaurar el régimen de los consejos obreros (soviets).
Así en el mismo proceso revolucionario se fusionaron tanto la teoría de partido de combate de Lenin como la teoría de la revolución permanente de Trotsky. Pero, acertadamente, Trotsky siempre insistió en que sin el Partido Bolchevique y sin Lenin al frente de él, la revolución rusa no se hubiera producido, primero porque la existencia del partido, aunque con una teoría equivocada, era lo que permitía corregir o ajustar cualquier problema teórico programático, y para realizar esa tarea, frente a las alas conservadoras, nada mejor que su fundador y máximo dirigente al frente. 
 En el siglo XX hubo muchas revoluciones, pero ninguna como la Revolución Rusa de Octubre, y no nos referimos a que sea igual, porque no hay nunca revoluciones iguales, sino que nos referimos a que todas las otras revoluciones fueron de diferente género. Algunas, directamente democráticas burguesas, por no tener ni a la clase ni a un partido obrero revolucionario al frente, como Argelia de 1962, Portugal de 1975, Nicaragua de 1979, etc., etc., no avanzaron en expropiar a la burguesía y al imperialismo. Y otras revoluciones fueron democráticas-sociales, como en Yugoslavia, China, Cuba o Vietnam, que –para resolver las cuestiones democráticas estructurales como la independencia del imperialismo y el reparto de la tierra–, avanzaron en expropiar a la burguesía y al imperialismo, pero al tener direcciones pequeño-burguesas y/o burocráticas como son los partidos-ejércitos, no impusieron un régimen soviético, de democracia obrera, y prontamente se burocratizaron. Y paralelamente a este proceso de burocratización fueron centrándose en construir el socialismo en un sólo país o en su país, dejando así de impulsar los procesos revolucionarios en el plano internacional.  
Todavía en el mundo se siguen discutiendo los alcances estratégicos de la Revolución de Octubre. Por ejemplo, la izquierda estalinista o influenciada por variantes estalinistas, como los castristas (y también algunos guevaristas), los maoístas o ex-maoístas y tantos otros izquierdistas, dicen que los trotskistas nos equivocamos porque nos atamos a una estrategia hija de la Comuna de Paris, como fue la revolución de Octubre, cuando los sujetos sociales pueden ser muchos, como la historia ya demostró en muchas revoluciones del siglo pasado. Y ridículamente hasta hacen la cuenta matemática de una revolución, como la de Octubre, frente a cinco o seis de otros tipos de revoluciones que expropiaron sin la clase obrera al frente y sin el partido de tipo bolchevique.
Sin embargo, para los trotskistas no es una cuestión de números, aunque de las otras hubieran sido diez o quince. Porque tanto el partido leninista, centralista democrático y de combate, como el proletariado (y en su centralidad la clase obrera) y los organismos de democracia proletaria, siguen siendo muy actuales e imprescindibles para la lucha por el socialismo. Porque incluso, en el hipotético y remoto caso de que una dirección pequeño-burguesa, un partido-ejército, tomara el poder, al no estar educado ese partido en la democracia proletaria no desarrollaría los órganos de la democracia soviética y mucho más rápidamente se burocratizaría reproduciendo lo que ya vimos en todos las revoluciones en las que se consolida una burocracia, que pasado el primer influjo revolucionario empiezan a meterse hacia adentro, traicionando las luchas de la clase obrera y los pueblos a nivel mundial, para construir el “socialismo” en un sólo país, o en su país o el nombre que le pongan a esa coartada.
Por esto la Revolución Rusa es más que un hecho del pasado que sólo hay que recordar, y del que todavía nos llegan sus lejanos ecos.  Más bien, para los que luchamos por el socialismo, para terminar con la explotación, la opresión y la creciente miseria provocada por el capitalismo imperialista, se trata también de una imagen permanente de tareas y procesos del futuro. Es una revolución de la que tenemos mucho que estudiar, que aprender; y lecciones y tareas que extraer y deducir para la revolución socialista de nuestros nuevos tiempos. 


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